La ambición de la vista se limita a lo posible. En esencia la materia está ideada para interactuar sólo y exclusivamente con lo que es materia. El cuerpo humano es un recipiente material generado para interactuar con la misma y por eso, todo lo que escapa de este plano o dimensión se convierte en imperceptible a través de toda la composición de nuestro cuerpo. La materialización es pesada, densa y su finalidad (gran tema de discusión últimamente) difiere entre un paso necesario a la liberación o un constante encarcelamiento. Descubrimos hace mucho y hoy desaprendemos que hay una forma de visión, una forma de “ver”, que va más allá de lo que los ojos nos ofrecen, una forma de inmersión en lugares donde el cuerpo no llega, pero que sin embargo es cuna y meta de la esencia evolutiva que nos permite la vida y su expansión. Hablamos de los anclajes de los estados, de la comunión entre interno y externo, un camino que sólo el andador podrá transitar, desde su deseo interno más honesto y limpio. Cuando hablamos de poder interno, de visiones, de percepciones, siempre surge una gran discusión, ver para creer, si no lo veo no lo creo; aquí empieza el declive, dar la totalidad a los ojos, una herramienta compleja y perfecta para interactuar con lo que tiene color y forma, fiel a lo que le rodea, fiel a su mismo plano o dimensión. Por eso, quien mira con intención de ver y no ve nada más allá de lo que está materialmente, sin haber entrenado la percepción interna, sin haber afinado su deseo y sus creencias, nunca verá más de lo que hay, es lo más natural.
A través de la meditación, de ejercicios de desmaterialización como el silencio (que nos permite descubrir lo enterrado) o el ayuno (que nos permite que agentes externos no nos condicionen), podemos lograr un cambio de percepción o de anclaje, una inmersión hacia lo que no vemos.
Hoy no vamos a hablar de las prácticas, ni de las técnicas para expandir la visión interna, si no de lo que se encuentra por debajo y por encima de la membrana en la que convivimos. Muchas teorías consideran que la tierra es un generador energético, una energía que según su vibración permitiría el paso a la materialización de muchas entidades, o dicho de otra forma, una forma de sustento para seres que codician sufrimiento, un energía que logran a través de la manipulación de los sentidos y de la percepción, consiguiendo un aumento de esa misma energía y un bucle masivo. Sombras, sin forma aparente, al menos en un principio, sombras que muchas personas preferirían no ver. Los estados de normalidad cotidiana, el estado adormecido, nutrirse constantemente de informes negativos, la lucha continua contra lo que no toleramos, las ideologías de división, son estados totalitarios que aunque parezcan nimiedades, son claves para el sustento de los seres que no vemos, pero que interactuan directamente con nosotros de una forma no palpable. Aunque vivamos en el plano material no quiere decir que no existan infinidades de portales, que se generan día sí y día también, que permiten la entrada o procreación de estos seres. El dolor masivo, el miedo, la tristeza y la desesperanza están por todas partes, a un nivel tan alto que no podemos imaginar. Muchos de estos estados se han normalizado en nosotros y sin darnos cuenta vivimos en esta línea, percibiendo sólo lo que queremos ver y creyendo lo que nos hacen creer. Desde los principios, guerras, epidemias, hambruna, abandono, han regido la sociedad, ahora parece que la cosa es distinta, aunque en realidad solo es un maquillaje superficial. Las hambrunas siguen muy presentes en grandes regiones del mundo, las guerras que para muchos son distantes son igual de destructivas que antaño y que vivimos en una sociedad limitada y esclavista dispuesta a la desalmación o al adormecimiento colectivo es más que evidente.
Vivimos en gran medida en una vibración baja a nivel colectivo que afecta a todos por igual, y esta tierra está tristemente enganchada o ligada a un plano inferior. La mente colectiva lo atrae, lo genera y lo lleva a lo individual, cuando el cambio necesario para “espantar” este estado es un proceso que nace en lo individual y que debe ir a lo colectivo, un acto complejo, ya que los humanos estamos fuertemente ligados colectivamente.
En el lado opuesto encontramos, ligereza, se siente alrededor que la densidad desaparece y se percibe fuertemente un cambio de anclaje, un vacío que en ocasiones puede llegar a ser desalentador ya que estamos saliendo de nuestra zona de confort y terreno conocido. Aunque no es ni la mitad de costumbrista, denso y contundente que el anterior. Cuando se conoce el estado de baja vibración es cuando podemos tomar parte y cambiar nuestro mundo, no a nivel colectivo, si no a nivel individual, una o uno se enfrenta cara a cara con lo que le condiciona, con lo que le aterra, con lo que le duele y bloquea. Da un salto al vacío de si mismo y se libera de ese anclaje, permitiendo que la densidad desaparezca, dejando espacio interno a lo nuevo. Ahí aparece la ligereza, el silencio, la calma y un estado de sosiego y fluidez, donde no llegan los mensajes de negativización. Donde llegan los mensajes de positivismo, las señales y el estado verdadero de las personas, la paz interna y el contacto no palpable con energías de afán positivo y de ayuda. En la mayoría de ocasiones este cambio de anclaje no es ni por asomo perenne, tarde o temprano el estado de normalidad cotidiana vuelve a engarzarte en él, basta un atolondramiento o un disgusto mal gestionado. Ahora, gana algo que es en esencia inmortal: La certeza de que otro estado es posible, y la seguridad de que el cambio es una elección propia y personal donde nadie más interfiere.
Aunque resulte extraño hay que aceptar desde un punto de humildad y de amor el momento que está sucediendo en el planeta. Hay que tolerar el proceso, fluir con el estado colectivo sin lucha y sin esfuerzo, sólo con conciencia del deseo interno y encontrar el equilibrio entre lo que se percibe y lo que es imperceptible.